ARRECIFE

Pocas ciudades hacen honor a su nombre como esta.

Arrecife es agua y roca: una bahía de islotes, puntas salientes y bajíos a flor de mar.

La capital de Lanzarote fue puerto mucho antes que ciudad. En torno a su primer embarcadero, en el Charco, surgieron hace seiscientos años los primeros almacenes, las primeras casas humildes, con sus falúas y sus aparejos de pesca.

El muelle es el corazón que marca el biorritmo de Arrecife, la fuente de sus ingresos, el epicentro de los oficios. Antes: aguardiente, barrilla, tomates, cebollas y conservas. Ahora: cruceros trasatlánticos, veleros, turismo, gastronomía.

Somos diecisiete barrios construidos a golpe de necesidad, sin contemplar el cauce de los barrancos, levantados para alojar a toda la gente que vino a trabajar desde otros pueblos.

Somos una comunidad migrante y de acogida, cuya identidad se aprecia en su costa, en las cocinas de sus hogares y sus restaurantes canarios, asturianos, vascos, italianos, taiwaneses, venezolanos, mexicanos, japoperuanos…

Arrecife es habanera, parranda, son cubano, el rock de Los Cramps, la movida de los 80 pasada por la túrmix del pensamiento insular, bachata saliendo de una ventana abierta, verbena, comercio, realismo social y mágico, burbujas económicas, desigualdad, desempleo, un lugar pionero en el intento de controlar el desarrollismo urbanístico, un sitio pequeño y lleno de contradicciones, un laboratorio perfecto para estudiar las luces y las sombras del mundo actual.

Maravillosa y frustrante, Arrecife es una materia prima excepcional que brilla y se desaprovecha, brilla y se desaprovecha, brilla y se desaprovecha de manera cíclica.

Una ciudad de 65.000 habitantes con teatro y escuela de arte, con salas de exposiciones y espacios para la música en directo, un lugar que acoge cada año festivales y muestras de cine, rodajes cinematográficos, espectáculos de danza y teatro, conciertos al aire libre, una babel africana, americana y europea, caminada por viajeras y viajeros de Dublín, Dusseldorf, París, Milán, Manchester, Barcelona, Bilbao.

En los años setenta del pasado siglo, las población arrecifeña mayor de 65 años tenía una tasa de analfabetismo del 35% y, al mismo tiempo, su ciudad bullía gracias a un centro cultural de vanguardia llamado El Almacén, donde paraban artistas como Rafael Alberti o John Malkovich.

Arrecife, ese lugar donde conviven de manera simultánea el todo y la nada.

“Arrecife es un lugar donde uno puede pasar toda la vida,
dejando que el tiempo corra y que los años se sucedan uno al otro,
hasta que uno se levante para darse cuenta de que la juventud ya se ha ido,
que el cabello se ha vuelto cano y que, sin embargo,
nada ha sucedido en el tiempo”

(Olivia Stone)