Exposición
Contradicciones ocultas

Comisariado por Desideria
Texto por Arnoldas Stramskas
Pablo Miranzo
Hanna Jarzabek
Guillaume Darribau
Se nos enseña que es importante aprender de los errores y los fracasos. Por ejemplo, en la historia del arte y la creación artística el fracaso se considera una parte importante e integral del proceso. Pero no está claro si el fracaso se debe aceptar en otras esferas de la vida. Cuando los fracasos se convierten en un resultado esperado de contradicciones ocultas y el precio lo pagan los participantes más vulnerables del proceso, quizá haya llegado el momento de enfrentarse críticamente a esta normalización del mismo. Algo va realmente mal y al mismo tiempo resulta perfectamente normal cuando se acepta que los bancos privados son demasiado importantes para quebrar y la sociedad necesita salvarlos, pero la familia que perdió el trabajo si fracasa es desahuciada de su casa. ¿Qué condiciones permiten promover el discurso del fracaso como algo aceptable, qué explicaciones se dan de por qué ocurre con tanta frecuencia, y quién se beneficia y quién paga el precio?
La historia del capitalismo es una historia de creación y destrucción, de fracasos y éxitos, de un esfuerzo sin fin hacia el progreso que se traduce en ventajas para unos y desventajas para otros. Históricamente, ni siquiera los críticos más duros han podido ocultar su fascinación por el dinamismo alucinante y el ingenio del capitalismo, su capacidad para sacudir rápidamente lo que antes parecían verdades y prácticas inamovibles, y transformar sociedades y comunidades hasta hacerlas irreconocibles. Por otro lado, la fascinación por lo nuevo y lo innovador siempre tiene su lado oscuro: todo producto deslumbrante tiene su coste humano y medioambiental, y toda nueva industria conlleva la destrucción de las antiguas formas de vida. Esta historia es también una historia de lucha social: por mejores condiciones de trabajo, normativas de seguridad laboral, representantes colectivos, vivienda digna, asistencia sanitaria, alimentos seguros y muchas otras protecciones que el capital, en su búsqueda de beneficios rápidos, ignoraría alegremente si se le permitiera.
Sin embargo, siguiendo esta lógica, no es sorprendente que todo lo que una vez se ganó mediante la lucha pueda ser revocado. Lo que podríamos considerar como un derecho fundamental puede ser privatizado, explotado y objeto de especulación. La imagen de la sociedad que podemos tener también es producto de la manipulación ideológica y mediática: presenciamos una sobrerrepresentación de ciertas imágenes y una infrarrepresentación de otras. Lo que esta pequeña exposición tiene en común, entre otras cosas , es dar visibilidad a personas y contextos, que están poco representados en nuestra forma de entender la sociedad y el modelo económico. Todos sabemos que están ahí. Explotadas, despedidas y expulsadas de cualquier forma de estabilidad. Lo sabemos pero a menudo preferimos cerrar los ojos, porque se nos enseña constantemente que el éxito individual es aquello que debemos perseguir, que el fracaso es resultado de la falta de esfuerzo o la mala suerte. Cuando la sociedad acepta la destrucción de la solidaridad y la falta de fe en los esfuerzos colectivos, acaba fracasando. Puede que no haya respuestas fáciles, pero lo que es imperdonable es no plantearse ni siquiera las preguntas.
Un ejemplo en esta exposición es el trabajo de la fotoperiodista polaco-española Hanna Jarzabek, «Futuro negro», sobre las cuencas mineras asturianas. El trabajo de un minero es tan gratificante como peligroso, tan contaminante como necesario para las sociedades hambrientas de energía. Cerrar minas por razones medioambientales, sólo para aumentar la producción en otro lugar con menos regulación… contradicciones. La desaparición de un estilo de vida anteriormente estable, tiene repercusiones dolorosas no sólo en términos de supervivencia básica, sino también de pérdida de identidad, del concepto de uno mismo, de la historia y del futuro. Las contradicciones del sistema adquieren expresión humana y nos acercamos a la posibilidad de moldearlas. Aunque en este momento sólo podemos especular sobre la magnitud de la revolución en curso generada por la inteligencia artificial, la obra de Jarzabek puede evocar fácilmente la ansiedad que sienten muchas personas ante los diversos puestos de trabajo que pronto serán eliminados. No hace falta ser minero, para identificarse con estos retratos crudos, poéticos y melancólicos: hablan de todos y para todos.
En «Mar de plástico», la obra de Pablo Miranzo producida en Almería, se exponen otro tipo de contradicciones. Las megaestructuras para la agricultura se ven fácilmente desde el espacio, pero están bien escondidas de nuestra conciencia cotidiana. Los alimentos que consumimos a diario, aquí en España o en Europa en general, y que se nos ofrecen por un bajo precio y fácil disponibilidad durante todo el año, tienen en realidad otros costes ocultos: la explotación de la mano de obra inmigrante, las horribles condiciones de vida y trabajo, y el sufrimiento de los trabajadores de estos mares de plástico. Estos, son los costes en los que no pensamos mientras disfrutamos de nuestros tomates baratos. La serie de imágenes no muestra explícitamente las luchas laborales, sólo se sugieren. Vemos los lazos que se establecen entre personas que trabajan y conviven juntas, y nos llevan a imaginar que en su precariedad, existen entre ellos, intentos de organización para mejorar dichas condiciones.
En su otro proyecto «Sumergidas» sobre las deficientes condiciones laborales en la industria del calzado en Elche, Alicante, la fragilidad de los vínculos sociales y una lucha potencial parecen más complicadas. Las consecuencias de la crisis financiera, la vulnerabilidad de las mujeres en condiciones precarias y la fragmentación de la producción, contribuyen a que los acuerdos laborales sean altamente abusivos. Cuando no hay trabajo, cualquier puesto en cualquier condición parece ser una especie de solución. Sólo que no lo es, o no debería serlo. También, es una ilustración de una economía que se enreda en su legalidad e ilegalidad, un buen recordatorio para ser escépticos con las estadísticas oficiales y lo bien, o mal, que representan la realidad.
Por último, en el trabajo de Guillaume Darribau sobre las luchas por la vivienda en Ciutat Meridiana, un barrio periférico de Barcelona, vemos los fracasos como resultado de reacciones en cadena: la crisis económica lleva al desempleo, el desempleo lleva a la pérdida de la vivienda. Pero en este caso las contradicciones apuntan en la dirección de la lucha: una lucha por la supervivencia, la dignidad, el derecho a la vivienda y el rechazo de los residentes del barrio a ser expulsados de él sin oponerse. Con demasiada frecuencia se siente que no hay esperanza cuando se enfrenta un enemigo más poderoso, ya sean los especuladores inmobiliarios, las autoridades municipales o los grandes bancos. Pero a veces, el esfuerzo colectivo da sus frutos, incluso en las circunstancias más desfavorables. El proyecto es un valioso documento de este tipo de luchas, especialmente cuando muy a menudo la percepción pública de la gente en circunstancias difíciles, parece prever su fracaso. Todos, sin excepción, fracasamos en algo. La cuestión es fracasar mejor e intentar defender lo que parece indefendible.











